Por Dr. Gildardo Linarez*
Vivimos tiempos difíciles en México. El azote de la cruel pandemia nos tiene con un vilo de ser contagiados y de pasar a formar parte de las altas tasas de mortalidad. En medio de la incertidumbre que se vive se hace constante alusión a una nueva normalidad, que nos quiere enjaretar diversos elementos a nuestra cotidianidad, de por sí, ya estropeada por el confinamiento al que hemos estado sometidos y al que deberemos seguir al pie de la letra para lograr sobrellevar la pandemia.
La desigualdad económica no es producto del Covid-19, es una aberración que se fue implementando por las deleznables políticas públicas de gobiernos neoliberales que hicieron de la pobreza un mal endémico del mundo. Sin embargo, la principal forma de combate a la proliferación del virus en el mundo fue la sana distancia y el confinamiento de la población. Ambas medidas en México se cristalizaron con el famoso: ¡Quédate en casa! Política que resulta, en todo el mundo, ser profunda y marcadamente desigual, en virtud de que la diferencia económica de las clases de una sociedad la hace elitista y fácil de soportar para unos, mientras que a otros ahorca en sus necesidades básicas de sobrevivencia. Y no me refiero a los empresarios que tuvieron o tienen que seguir pagando los sueldos solidarios a sus empleados, me refiero a los cientos de millones de habitantes del mundo que viven al día y que tienen que salir a diario para conseguir los recursos no solo de alimentación, sino para el pago de servicios básicos como agua y energía eléctrica.
Con relación a lo anterior no es una exageración decir que la pandemia ha generado un caos en la sociedad y que ese desastre se pretenda normalizar, porque resulta inadmisible darle a la libertad de decisión a quien vive al día de elegir si morir del virus o de hambre. El problema del virus es que mientras no se tenga un medicamento medianamente efectivo o una vacuna no hay mejor forma de combatirlo que inmovilizar a la población, situación que sin solidaridad y programas efectivos del Estado es imposible de realizar. Y la democracia ha reculado en los tiempos de pandemia para esconderse en un mito cavernario, ahora es cuando debería de posicionarse como el constructo de una sociedad moderna que ponga el tema en la palestra para que se dialogue y se pueda generar la conciencia que permita tomar las mejores decisiones al Estado de la mano de la ciudadanía y de los diversos sectores productivos.
Otro tema aberrante de la nueva normalidad es pretender que la sociedad está dispuesta a convivir con el miedo de un contagio mortal. La realidad es que de la tasa del 2 % inicial de mortalidad a las que tenemos ahora representan una abismal diferencia, ahora sabemos que el virus es mucho más peligroso que cuando escuchamos las primeras noticias provenientes de la lejana China. Pretender normalizar la muerte en un mundo globalizado y con demasiados avances tecnológicos es total y absolutamente contradictorio. No es posible que tengamos armas de destrucción masiva con costes de millones de dólares cada una y no seamos capaces de redirigir esos recursos a la fabricación de aparatos médicos como ventiladores e insumos para el control de la pandemia. Necesitamos que esa nueva normalidad no solo considere a los que tienen menos, sino que sus esfuerzos productivos sean a favor de la sociedad y no de su destrucción. Pero pretender solo normalizar la muerte es inadmisible.
Tampoco es posible normalizar la idea de que los sistemas de salud van a seguir colapsados por un virus. Algunos países están planteando la posibilidad de privatizar o intervenir más seriamente en los sistemas de salud, porque al ser bienes públicos que garantizan lo más esencial y valioso de la humanidad que es la vida deben ser universales. Ahora se han dado cuenta que representan negocios jugosos para unos cuantos que lucran con la necesidad de la población y con los subsidios de los mismos gobiernos. Normalizar que la vida tiene un precio es otro de los conceptos que forzosamente se tienen que revisar, para garantizar que toda la población tenga acceso a la salud de una forma digna y segura. Nada que no vaya ese sentido jamás se podrá normalizar. Los derechos humanos y civiles están en juego en la nueva normalidad. Países como China que lograron resultados efectivos contra la pandemia lo hicieron eliminando los derechos de la población bajo medidas autoritarias y represivas. La muestra de que lo anterior no es el camino correcto la pusieron las protestas de nuestros vecinos del norte y los paisanos de Jalisco. El poder seduce y la pandemia coquetea con el autoritarismo, mientras la sociedad obedece callada a cambio de preservar la vida. Otra idea que debe de revisarse en la nueva normalidad.
Es innegable que el mundo cambia y evoluciona. Pero la idea de una nueva normalidad es totalmente anormal que vaya en contra del mejoramiento de las condiciones de vida. Son tiempos de hablar, dialogar, discutir y analizar lo que estamos viviendo. Como sociedad no podemos depositar toda nuestra confianza en unos cuantos, tenemos que asumir el compromiso moral y social que tenemos con el futuro para lograr ganar una batalla de muchas que nos quedan en contra del maldito virus que nos azota, por ejemplo, luego vendrá la batalla de la distribución y venta de la vacuna, misma que deberemos de ganar con un reparto justo y equitativo. Mientras tanto debemos de seguir de frente, con los ojos abiertos y conectando ideas para encontrar soluciones.
*Es catedrático de posgrado de distintas universidades, investigador académico y conferencista en temas educativos, administrativos y políticos. Cel. 653112964 glinarez@hotmail.com
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