Los humanos, a lo largo de nuestra historia, siempre han imaginado todo aquello que no vemos y no es de sorprender que uno de los sitios más intrigantes es el fondo del océano, un lugar casi inexplorado que ha sido el escenario para un sinfín de historias en la mitología, películas y literatura. Como aquella travesía narrada en el libro Veinte mil leguas de viaje submarino donde el capitán Nemo, a bordo de la nave Nautilus, nos guía por el fondo marino y se describen criaturas increíbles, todas surgidas de la imaginación de Julio Verne.
Sin embargo, a veces la realidad supera a la ficción, tal es el caso del pez celacanto (Latimeria chalumnae), un ser casi mítico, que existe desde hace 400 millones de años en el devónico —mucho antes que los dinosaurios— y se creía extinto desde hace 60 millones de años en el cretácico hasta que, en 1938, una joven lo encontraría en la costa de Sudáfrica. Es así como inicia la fantástica historia del descubrimiento del pez que burló el tiempo y, hasta Julio Verne, se sorprendería.
El descubrimiento del pez que burló la evolución
En diciembre de 1938, una joven llamada Marjorie Courtney-Latimer, curadora del museo de East London, se sorprendería al hallar el cuerpo de un increíble pez en la costa de Sudáfrica. Ella se olvidó de todo (incluyendo la próxima festividad de Navidad) para concentrarse en aquel magnífico ejemplar, trasladarlo al museo y, —al no identificarlo con ningún otro pez—, realizaría un boceto que llegaría a manos de la pareja Smith.
Incrédula, la pareja Smith se trasladó para conocer al increíble pez. Es así como J. L. B. Smith reconoce el descubrimiento y describe a la nueva especie llamándola Latimeria chalumnae (el género en honor a la joven Courtney-Latimer). A partir de ese momento, la pareja inició una búsqueda que se extendería 14 años para encontrar un nuevo ejemplar hasta que Margaret Smith, en un viaje a Zezibar, logra obtener información de pescadores y la pareja consigue otro cuerpo del famoso celacanto.
Pero la aventura no acaba, ya que sólo se conocían cadáveres y nadie los podía encontrar vivos. La búsqueda era larga y no fue hasta los años 80 cuando Fricke y sus colaboradores, —con ayuda de la poca información que se tenía—, logran grabar por primera vez a estas criaturas nadando, cerca de las Islas Comoras, a 200 metros de profundidad.
¡Por fin! Imaginen la satisfacción de ver por primera vez aquellos peces robustos, con aspecto prehistórico nadando frente a las cámaras como si el tiempo —y las grandes extinciones— jamás hubieran pasado. Y los descubrimientos no quedaban allí, el celacanto aún tenía mucho que contarnos.
Lo que sabemos de los celacantos
Qué es lo que se sabe de ellos. Son peces de aletas lobuladas —posibles parientes de los ancestros de los anfibios—. Llegan a medir hasta los 2 metros de longitud y viven en aguas profundas cerca de las Islas Comoras, Madagascar y Mozambique en África.
Estos peces prehistóricos tienen diversas adaptaciones que les han permitido sobrevivir al día de hoy. Para comenzar, los ojos de los celacantos poseen muchos bastones (células sensibles a la luz) y conos especializados para ver los espectros de la luz que logran llegar a las profundidades donde viven (478-485nm). Es decir, sus ojos son súper sensibles a la luz y tonalidades azules. Por otro lado, su cuerpo posee un metabolismo lento y se cree que pueden llegar a vivir hasta los 100 años, permitiéndole vivir en el agua fría de las profundidades donde no tendrán que competir con los peces modernos.
Algo que se ha comentado con insistencia es que viven en las profundidades, pero no siempre son las mismas ya que son peces con migraciones diarias para descansar y cazar. Durante el día reposan en cuevas a (más o menos) 200m y, en la noche, se dedican a cazar en profundidades de más de 400m. Algunos de sus platillos pertenecen a los géneros Epigonus y Beryx. Para realizar estos desplazamientos, se apoyan de sus fuertes aletas lobuladas que les permiten “caminar” por el fondo o nadar en promedio 3m por minuto. De hecho, su aspecto al nadar y coordinar sus aletas luce más como una caminata —parecido al andar de los vertebrados terrestres— y menos al nado de un pez.
En cuanto a su reproducción, se sabe que son vivíparos, es decir, dan a luz crías vivas y se estima que podrían medir 35cm. De hecho, nadie ha podido observar individuos juveniles, pero sí a hembras embarazadas que bajan todavía más allá de su zona de crianza hasta 698 metros de profundidad. Esta información sugiere que las crías nacen a mayores profundidades y permanecen allí hasta alcanzar un tamaño de 60-90cm.
El celacanto es extraordinario, ha sobrevivido al paso del tiempo y aún hay muchas cosas por descubrir sobre su vida. Las aventuras de los investigadores continuarán, no sólo con los celacantos sino con otros peces de profundidades y muchas otras formas de vida.
Luis Antonio Ruiz Saucedo (Morelia, 1994) es biólogo y agricultor. Su pasión por los seres vivos surgió a muy temprana edad al jugar en el jardín acompañado por los animales de compañía de su abuela materna. Su interés fue creciendo hasta que estudió y egresó de la licenciatura de biología en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH). Actualmente trabaja en proyectos de restauración en bosques de manglar para la obtención de su título de licenciatura y, en sus tiempos libres, contribuye a la divulgación de la ciencia a través de medios digitales, primordialmente en su cuenta de Twitter: @nilosignoro y en la revista Este País https://estepais.com/author/luis-antonio-ruiz-saucedo/.
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