Por Mirtha Castro Nieto
De origen humilde, Samuel Ocaña García provino del pequeño poblado de Arivechi, en el estado de Sonora. Desde temprana edad, él vio cómo su madre sufría de maltrato doméstico a manos su esposo, lo que dejó una profunda huella en su personalidad. A pesar de sus dificultades, Ocaña García tenía una mente aguda y un fuerte sentido de determinación. Trabajó duro en la escuela y se destacó en sus estudios, lo que le permitió incorporarse al Instituto Politécnico Nacional. Estando en Ciudad de México, se involucró en la política y luchó incansablemente por los derechos de los trabajadores.
A pesar de sus muchas buenas obras, su incapacidad para lidiar con sus propias heridas emocionales lo llevaron a no poder romper con los patrones de conducta aprendidos en el hogar de su infancia, heredándolos en forma de prepotencia y soberbia a sus descendientes. Es el caso de Paulina Ocaña Encinas, testigo de la humillación de los insultos que sufría su abuela cada vez que su abuelo perdía los estribos.
Ahora Coordinadora del Sistema Estatal de Comunicación del Gobierno del Estado de Sonora, a decir de los subalternos a su cargo, brilla con luz propia en cuanto a las humillaciones verbales que tiene para con ellos. Y, aunque estoy segura de que ella jamás ha golpeado a nadie, su comportamiento es una reacción a la violencia que ha presenciado en su infancia.
Yo le aconsejo, de mujer a mujer, que comience a trabajar en sí misma, a buscar ayuda profesional. Soltar esos demonios internos que no le pertenecen le permitirá ser más compasiva y sensible con los demás, y su actitud arrogante se suavizará. La verdadera victoria no es el poder, ni la influencia, sino la capacidad de superar los traumas y encontrar la paz en su propia vida.
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